Nathalie Alexandra Monge fue violada en 17 ocasiones, por hombres, en cárceles de hombres. “Fui utilizada como una bodega humana, si quería comer, usar el baño, tener cama, usar el teléfono, tener paz, tenía que guardarles un teléfono o marihuana en el recto, así estuviera sangrando”, relata.
En pleno auge de su adolescencia, Cristopher decidió ‘morir’ para dar vida al maquillaje, pelo largo y uñas pintadas. Desde entonces, Nathalie se percibió como una mujer. Solo su mamá la apoyó. Sus hermanos, dice, “es como si no existiesen”. Jamás terminó la escuela, menos el colegio. A los 14, recorrió las primeras calles que la vieron prostituirse como única forma de llevar sustento a casa.
Hoy, se retrata con tres adjetivos: “Soy bella, sensible y educada”, pero han sido más los calificativos que la humillaron y denigraron en el camino. Comenzó a descontar una pena de cinco años, en el 2012, fecha en la que empezó también su principal periplo. Es un a mujer transgénero. Nació con genitales masculinos, pero en su género se identifica como una mujer.
Durante los primeros cuatro años y medio de condena, conoció todas las cárceles del país, desde centros para menores hasta prisiones para adultos, desde Pérez Zeledón hasta Liberia, y siempre la mantuvieron rodeada de hombres. Fue hace cinco días, el martes 14 de agosto, que Nathalie ingresó por primera vez al Centro de Atención Institucional Vilma Curling en virtud de una orden judicial.
La foto que aparece en el sistema informático de Adaptación Social, cuando reseñaron su primer ingreso a prisión, es la de un muchachito con cejas recortadas, sombras moradas en los párpados, labios de color rojo, pelo recogido y aretes colgantes. Aun así, los policías no dejaron de llamarle por el nombre de Cristopher, el mismo que había ‘muerto’ años atrás.
Su ubicación siempre fue un dolor de cabeza para los funcionarios penitenciarios. No importa el módulo en que la ubicasen, siempre había reportes por problemas de convivencia. La joven nunca cesó de denunciar las agresiones y abusos de los que era víctima por parte de la población privada de libertad. Por esto, los funcionarios optaban por aislarla. Llevó a juicio a todos sus agresores sexuales, incluidos los que, por las lesiones, le causaron heridas en su ano que requirieron sutura.
“¿Usted cree es digno guardar teléfonos o marihuana en el recto? Esto es lo que no entienden. Tuve que hacerlo porque me obligaban, no porque quería. Otras lo hacían por necesidad. Yo lo hice hasta que me cansé y dije, ya no soy una bodega humana. Ahí comenzó mi lucha”, expresa.
Su lucha
Nathalie ha compartido celda con reclusos de alta contención en Máxima Seguridad, ha sido aislada, durante meses, en “Las Tumbas” de La Reforma. Conoce todos los ámbitos de mediana contención. Su única etiqueta fue ser trans. “Esos años se me hicieron eternos, nunca hubo una ubicación humanista, todo era aislamiento”, recuerda.
Tras el cierre de “Las Tumbas” –ordenado a mediados del 2016–, esta joven, ahora de 24 años, fue rescatada del encierro en solitario que vivió. Puso a prueba al sistema penitenciario por evidenciar la segregación. “Yo soy la cara de la discriminación del centro penal”, manifiesta. Su rostro fue conocido por todos los medios de comunicación que la entrevistaron en aquel momento.
Mía, Pamela, Stephanie, Angie y muchas otras privadas de libertad trans, que todavía permanecen encerradas entre hombres, son su razón de lucha. “Ellas no tienen que estarse exponiendo a la ruleta, a estar en pabellones de hombres, donde nos hacen requisas asquerosas. ¿Es digno que te aíslen en una celda de máxima solo por ser trans? Yo vi violentados todos mis derechos, no como trans, sino como ser humano. Bañarse en un centro de varones es denigrante, no hay respeto, y la culpa de esto es de Adaptación Social”, relata.
En diciembre del año pasado, Nathalie recibió un cambio en la medida de prisión. Un juzgado fijó otras condiciones distintas del encierro, tales como mantenerse en un domicilio fijo y asistir a terapias en el Instituto Nacional de Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA). Al salir de prisión con ese beneficio, regresó a vivir a Alajuela con su madre –una mujer pensionada– y con su pareja sentimental, el cual había conocido de la calle como un trabajador del sexo.
Esa libertad le permitió acudir al Registro Civil a solicitar, por primera vez, una cédula de identidad donde apareciera con una fotografía como mujer, con su nuevo nombre Nathalie Alexandra, inspirada en una modelo de Victoria’s Secret, y sin ningún distintivo de sexo “M” o “F”.
“Yo salí el 7 de diciembre (del 2017). Estuve en libertad e hice todo ese proceso. Estaba con una medida alterna, pero volví por un incumplimiento de medida. Ahora, me faltan por descontar seis meses (en prisión)”, señaló. Junto con su defensora, Nathalie logró demostrar, con cédula en mano y otros dictámenes, que es una mujer y debía ser enviada a una cárcel sin hombres.
Recibimiento
“El tenerme aquí (en el CAI Vilma Curling) fue por orden de una jueza, no porque el sistema penitenciario me quisiera recibir. Fue a la brava. El recibimiento fue normal. Me preguntaron si quería que me revisaran hombres o mujeres y yo dije, por vacilar, que solo si era un hombre guapo. A las policías, se les notaba que estaban incómodas, pero cuando te ponés un uniforme, tenés que cambiar los estereotipos. Aquí hay que cumplir con el trabajo y con la ley, yo no les hablé de esa manera, se los dije muy diplomática para que entendieran.
”Las chicas (privadas de libertad), estuvieron totalmente impactadas. Yo soy una privada de libertad más, pero con el estereotipo de que tengo pene porque no soy una mujer operada. Hay mucha mente monstruosa de que si me erecto, podría violar a una mujer, pero tengo clara mi sexualidad, no me gustan las mujeres y no le doy cabida a esos pensamientos. Estoy en un módulo de baja contención”, narra orgullosa.
Nathalie comparte con otras 78 mujeres en el ámbito B1. De día, se mezcla con todas, pero de noche, duerme en un dormitorio aparte con su baño propio. “Aquí puedo afeitarme, planchar mi peluca, maquillarme sin tener a mis compañeras encima. Me siento divinamente”, cuenta. Los primeros días, fueron bastante incómodos, en particular, por el terraplén de preguntas sobre sus pechos, su peluca, su pene y sobre cómo logro entrar a una cárcel de mujeres. Otras compañeras se le han acercado a declararle que tienen fantasías sexuales con personas como ella.“Yo les digo: ‘Qué suerte’ para evadirlas”, responde Nathalie.
“Es incómodo. Hay mucha falta de información, pero yo no me tomo el tiempo de educar a la población porque eso le toca al equipo técnico. Por ahora, tengo una buena convivencia con mi grupo de chicas”, sostiene.
Sonia Rodríguez es una de ellas. Esta privada de libertad asegura que fue sorpresivo conocer a Nathalie en el módulo. “Fue una grata sorpresa cuando me la presentaron. Yo dije: ‘¡Qué guapa!’. Ella ha sido una persona especial por su honestidad y sinceridad. Es bueno apoyar este género, todas tenemos derecho a tener oportunidad, a ser mujeres libres, a tener grata compañía. Somos mujeres y merecemos respeto. Uno tiene que sentirse bien como uno es. Ella es una mujer preciosa, tiene un alma encantadora, nos mira como personas. Esto es algo histórico”, comenta. Sonia incluso detalla que Nathalie ya les dio clases de maquillaje a todas y las inspira a arreglarse todos los días para verse y mostrarse bonitas a pesar de vivir un encierro.
Antonio Barrantes, director del CAI Vilma Curling, conoce a Nathalie desde que estuvo en el CAI La Reformac cuando él fue subdirector, y asegura que esta primera experiencia con una mujer transgénero en la prisión femenina, ha sido muy positiva y bien recibida por la población.
“Al darse el ingreso, activamos la comisión de funcionarias que se formó para la población trans. Ellas se encargaron de realizar un abordaje conjunto con la Policía Penitenciaria antes de ubicarla. Hicimos un encuadre con toda la población del módulo, aunque ya tenemos dos años de estar trabajando el tema LGTBI con toda la población porque tenemos a Andrés (un hombre trans), que nos ayudó a sensibilizar también”, expresó el funcionario.
Nathalie confiesa que su lucha no ha terminado. Para ella, aún faltan pasos más grandes, como crear módulos exclusivos para mujeres trans que respeten las necesidades particulares de esta población en medio de la igualdad. Por ejemplo, cuestiona que, a estas alturas, el convenio que se firmó entre el Ministerio de Justicia y Paz con la Fundación Transvida, en octubre del 2017, quedó en el papel.
“Mi ubicación no es un privilegio, es dignidad humana”, relata al tiempo en que asegura que peleará por que el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) emita directrices para que sea personal femenino el que se encargue de las requisas a mujeres trans y por que los traslados en perreras cumplan con mejores condiciones de dignidad.
“Yo sembré un precedente y esto me encanta. Siento una alegría enorme porque esta fue mi lucha. Disfruto haber marcado la diferencia en el respeto hacia las mujeres trans. Necesito traerme a otras compañeras mías para acá para que a una chica trans no se le vuelva a aislar a no ser que haya un reporte de violencia o mal comportamiento”, concluye.